XI DOMINGO
C
EL TRIUNFO DEL AMOR MISERICORDIOSO SOBRE EL PECADO
Mons. Fabio Martínez Castilla
II Arzobispo de Tuxtla Gutierrez
Tanto el Evangelio
como la primera lectura nos presentan
por una parte la realidad del
pecado, y por otra parte el amor
misericordioso del Señor que salva a quien reconoce su pecado y se muestra
arrepentido.
El Señor Jesús nos deja muy claro que Él ha venido a
salvar y no a condenar, y que la salvación es cuestión de un permanente volver
al camino del amor. Jesús nos libera del pecado. El pecado es una realidad muy presente en nuestra vida y daña a la
persona y a la comunidad, nos aparta de Dios y de nuestro fin que es ser
felices aquí y en la eternidad.
Dios es mucho mayor que nuestro pecado por más grande
que fuere, Él nos libera y nos vuelve
a la vida con su amor misericordioso cuando a Él nos acercamos con un corazón
arrepentido. No debemos vivir sólo
evitando el pecado sino amando. La caída o pecado debe ser un accidente que
nos debe levantar aún más confiados de la mano de Dios para hacer un nuevo
camino.
Esta pecadora
aprovechó la presencia de Jesús, amó y
tuvo fe, se mostró arrepentida, y Jesús la llenó de paz: “Tu fe te ha salvado; vete en paz”. Nadie es perdonado si no reconoce su pecado
y si no camina al encuentro del Libertador.
El fariseo invitó a Jesús pero no aprovechó su
presencia y hasta se extrañó de la
actitud bondadosa de Jesús con aquella mujer, pero Jesús lo llama también a la
conversión haciéndolo reflexionar por medio de una parábola y de la aplicación
entre su actitud y la de la mujer pecadora para proclamar la gran verdad: Sus pecados que son muchos, le han quedado
perdonados, porque ha amado mucho.
David y la mujer
pecadora encontraron buen fin gracias a la misericordia de Dios y al
arrepentimiento de todo corazón por parte de los dos.
Esta actitud de Jesús en el evangelio nos llena de
esperanza porque tenemos la certeza del triunfo de la misericordia del Señor sobre nuestro
pecado, pero también cuestiona nuestra actitud de falta de
arrepentimiento y de humildad
para acercarnos a Jesús y pedirle perdón, y así alcanzar su misericordia.
Seamos prácticos y
veamos cómo está nuestro ejercicio de
acudir al sacramento de la reconciliación o confesión para encontrarnos no
con el sacerdote sino con el Señor misericordioso que nos perdona y nos vuelve
a la vida por medio de la persona del sacerdote. El Señor conociendo nuestra
debilidad nos dejó este espacio del sacramento de la reconciliación para
encontrarnos con él y retomar el camino del amor, la armonía, la paz y de la
felicidad personal y comunitaria.
Dios quiere que no sólo con Él nos reconciliemos sino
también con nuestros hermanos, por
esto saber pedir perdón y perdonar, es la expresión de nuestra madurez en el
amor y de nuestra gratitud a Dios que tanto nos ha perdonado. No olvidemos que el perdón es una de las
cosas que nos hace más semejantes a Dios. “Sean misericordiosos como su
Padre es Misericordioso”.
Mis hermanos que no nos guste vivir en pecado, que nadie
de nosotros se quede en el charco de sus pecados sino por el contrario acerquémonos a Jesús que es la fuente y con toda confianza vivamos la experiencia de su abrazo que nos da
la paz y nos lanza a una vida totalmente nueva. Que no seamos como el fariseo creyéndonos los buenos y los otros
son los malos. No condenemos a nadie.
Gocemos la misericordia del Señor y seamos misericordiosos con nuestros
hermanos. Seamos valientes y reconozcamos nuestros
pecados, el Señor Jesús está pronto para levantarnos. Con
Humildad y confianza, digamos con el salmo: Perdona, Señor, Nuestros pecados.
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