“Me levantaré, volveré a mi padre
y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco
llamarme hijo tuyo’…” (Lc 15,
1-3. 11-32)
Mons. Rogelio Cabrera
López
Este cuarto domingo de cuaresma, el
evangelio nos invita a reflexionar sobre la parábola que tradicionalmente la
hemos conocido como la del hijo pródigo pero que más bien es la del Padre bueno,
como el mismo Papa Benedicto nos dice en su libro Jesús de Nazaret: “Esta
parábola de Jesús, quizá la más bella, se conoce también como la parábola del
Hijo pródigo. En ella, la figura del hijo pródigo está tan admirablemente
descrita, y su desenlace –en lo bueno y en lo malo- nos toca de manera el
corazón que aparece sin duda como el verdadero centro de la narración. Pero la
parábola tiene en realidad tres protagonistas (El hijo pródigo, el hijo que
se quedó en casa y el padre bueno).
Esta parábola refleja el drama de
la vida actual. Somos testigos de muchos hijos pródigos que deciden irse de la
casa del Padre y hacer de la vida un desorden, hijos que piensan que lejos de
los principios morales serán más felices, hijos que abusando de la libertad que
el Padre les ha dado se olvidan que existen los demás, cayendo en un egoísmo
desenfrenado.
También existen hijos que se
quedan en la casa del Padre pero que viven amargados sin entender el verdadero
sentido de la vida, hijos que se sienten prepotentes y orgullosos, creyéndose
los buenos y muy seguros de sí mismos, cerrándose a la verdadera experiencia
del perdón, del amor, de la comprensión y de la misericordia.
Al mismo tiempo somos testigos de
la presencia de un Padre lleno de amor que se compadece de la situación de sus
hijos y que siempre está con los brazos abiertos para recibirnos y demostrarnos
su amor y su ternura. Un Padre que no se mantiene a distancia de los pecadores
sino que los acoge y les abre gratuitamente un horizonte lleno de vida y de
esperanza.
Lo cierto es que al decidir
alejarnos de la casa del Padre debemos asumir responsablemente las
consecuencias de esa decisión, es decir debemos aceptar lo que nosotros mismos
con nuestras acciones hemos cosechado. Ahora bien, debemos considerar que lo
más importante en esta parábola es llegar a la conciencia de que tenemos un
Padre que nos espera con los brazos abiertos y eso nos debe motivar a hacer un
alto en nuestra vida y revisar nuestra conducta frente a Él. Si nos damos
cuenta de que hemos fallado debemos, con humildad y sencillez, tomar la firme
determinación de volver a la casa del Padre para experimentar su amor y su
ternura. Sabiendo que la verdadera felicidad se encuentra en vivir conforme a
sus mandatos.
En la parábola no fueron las
palabras del hijo pródigo las que conmovieron las entrañas del Padre sino su
infinito amor el que lo conduce a abrazar y llenar de besos a su hijo. Eso nos
debe llenar de alegría al saber que este tiempo de cuaresma es un tiempo para
experimentar el gozo de sentirnos amados por el Padre.
También vemos a un Padre que así
como no obligó al menor a no marcharse de casa, tampoco obliga al mayor a
entrar y participar de la fiesta; de igual forma así como recibió al menor
cuando llegó, igualmente salió a rogarle al mayor para que entrara, con esto
nos manifiesta que el Padre ama a todos sus hijos por igual y siempre respeta
la libertad de cada uno.
Si nos hemos alejado de la casa
del Padre o hemos sido hijos mayores que nos alejamos de Dios y rechazamos al
hermano sintiéndonos mejores, es tiempo de volver arrepentidos a Él con la
plena confianza de obtener su misericordia.
La cuaresma es un tiempo para
experimentar el gozo de saber que somos hijos de un Padre amoroso, volvamos,
porque hay un Padre bueno que sale todas las tardes a ver en el camino, si su
amado hijo ha tomado el camino de conversión a la casa paterna.
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