“¿Dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado? Ella le
contestó: ‘Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar’”. (Jn 8,
1-11)
Mons. Rogelio Cabrera
López
Qué palabras de consuelo: “Tampoco yo te condeno”. Al escuchar este fragmento en el V domingo de
cuaresma; el último propiamente dicho, ya que, la próxima semana, estaremos en
el Domingo de Ramos iniciando la Semana mayor o Semana Santa.
En el pasaje del Evangelio de san Juan que leemos hoy, nos
presenta el suceso de aquella mujer que fue descubierta en flagrante adulterio.
Es la oportunidad que encuentran, los escribas y fariseos, para poner a prueba a
Jesús. Sin embargo, Jesús con una sola afirmación les confronta: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que
le tire la primera piedra”.
Definitivamente que Dios no
quiere el pecado, de ninguna manera justificaba el pecado de aquella mujer, sólo
que el Señor, ve el corazón; en aquella mujer entre el miedo y la zozobra,
también había arrepentimiento. Aquellos que venían condenando, sólo querían
poner al descubierto la falta de la mujer y la respuesta de Jesús. El cual,
puso más bien al descubierto sus propias situaciones de pecado. Sin decirles
más, sin falta de caridad, sin reprocharles nada más, sólo les hace caer en la
cuenta.
Aquí encontramos la enseñanza
para nosotros. Ante la falta cometida por los demás solemos condenar
rápidamente. Aventamos en cara el pecado ajeno. Y queremos justificar nuestras
propias faltas en las faltas de los demás. “Si, él lo hace, ¿por qué yo no?”
Nuestra vida cristiana encuentra
la médula vertebral en el perdón, la cual sostiene nuestras obras de amor.
Jesús mira con amor a aquella mujer, y con todo derecho, podía recriminarle,
sin embargo le dice. ¿Yo tampoco te
condeno?
Qué bellas palabras de parte de
Jesús. ¿Quién no respondería favorablemente ante esta expresión? Es la misma
que se dice cada vez que celebramos el sacramento de la reconciliación. Es Cristo
mismo quien nos dice de manera personal “Nadie te condena, vete y no vuelvas a
pecar”.
La misericordia de Dios es
grande, porque ve la necesidad de nuestro corazón. Por ello, no podemos pensar
que nuestros pecados son mayores que la misericordia de Dios. O, en una falsa
humildad, alejarnos de su amor.
También es la oportunidad para
dejar de condenar a los demás. Quien realmente nos interesa y queremos su
bienestar acudamos aplicando la corrección fraterna, pero no la de condena.
Vale la pena no satanizar a otras personas: recordemos que Dios ama al pecador,
aunque rechaza el pecado.
Aquellos fariseos y escribas, se
fueron alejando de Jesús, no por estar arrepentidos, sino por vergüenza. No nos
alejemos de Dios. Al contrario vayamos a su encuentro con el corazón
arrepentido. Porque él, no nos condena.
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