domingo, 17 de marzo de 2013

Si Dios no condena, tampoco nosotros (Observador Eclesial 17-03-2013)




“¿Dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado? Ella le contestó: ‘Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar’”. (Jn 8, 1-11)

Mons. Rogelio Cabrera López

Qué palabras de consuelo: “Tampoco yo te condeno”.  Al escuchar este fragmento en el V domingo de cuaresma; el último propiamente dicho, ya que, la próxima semana, estaremos en el Domingo de Ramos iniciando la Semana mayor o Semana Santa.

En el pasaje  del Evangelio de san Juan que leemos hoy, nos presenta el suceso de aquella mujer que fue descubierta en flagrante adulterio. Es la oportunidad que encuentran, los escribas y fariseos, para poner a prueba a Jesús. Sin embargo, Jesús con una sola afirmación les confronta: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”.

Definitivamente que Dios no quiere el pecado, de ninguna manera justificaba el pecado de aquella mujer, sólo que el Señor, ve el corazón; en aquella mujer entre el miedo y la zozobra, también había arrepentimiento. Aquellos que venían condenando, sólo querían poner al descubierto la falta de la mujer y la respuesta de Jesús. El cual, puso más bien al descubierto sus propias situaciones de pecado. Sin decirles más, sin falta de caridad, sin reprocharles nada más, sólo les hace caer en la cuenta.

Aquí encontramos la enseñanza para nosotros. Ante la falta cometida por los demás solemos condenar rápidamente. Aventamos en cara el pecado ajeno. Y queremos justificar nuestras propias faltas en las faltas de los demás. “Si, él lo hace, ¿por qué yo no?”

Nuestra vida cristiana encuentra la médula vertebral en el perdón, la cual sostiene nuestras obras de amor. Jesús mira con amor a aquella mujer, y con todo derecho, podía recriminarle, sin embargo le dice. ¿Yo tampoco te condeno?

Qué bellas palabras de parte de Jesús. ¿Quién no respondería favorablemente ante esta expresión? Es la misma que se dice cada vez que celebramos el sacramento de la reconciliación. Es Cristo mismo quien nos dice  de manera personal “Nadie te condena, vete y no vuelvas a pecar”.

La misericordia de Dios es grande, porque ve la necesidad de nuestro corazón. Por ello, no podemos pensar que nuestros pecados son mayores que la misericordia de Dios. O, en una falsa humildad, alejarnos de su amor.

También es la oportunidad para dejar de condenar a los demás. Quien realmente nos interesa y queremos su bienestar acudamos aplicando la corrección fraterna, pero no la de condena. Vale la pena no satanizar a otras personas: recordemos que Dios ama al pecador, aunque rechaza el pecado.

Aquellos fariseos y escribas, se fueron alejando de Jesús, no por estar arrepentidos, sino por vergüenza. No nos alejemos de Dios. Al contrario vayamos a su encuentro con el corazón arrepentido. Porque él, no nos condena.

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