Desde el 11 de febrero, fecha en que el Papa Benedicto XVI anunció su renuncia al ministerio petrino, los católicos y el mundo entero hemos experimentado sentimientos diversos: sorpresa, confusión, tristeza ¡tantas cosas! Pero también hemos vivido una extraordinaria experiencia de fe al ver cómo el sucesor de san Pedro da testimonio de ser un verdadero creyente.
Efectivamente, Benedicto XVI ha demostrado al mundo, no sólo con palabras sino con hechos, la certeza que se hace serena confianza al saber que la barca de la Iglesia es de Cristo, quien la conduce y no la deja hundirse. “Es por esto que hoy mi corazón está lleno de agradecimiento a Dios”, exclamó en la última audiencia general de su pontificado.
La renuncia del ahora Papa emérito se produjo en el Año de la Fe, al que él mismo nos convocó; un año para celebrar la alegría de creer. Pero ¿no parece contradictorio que, en medio de esta gran celebración, el anfitrión se “baje” de pronto de la barca de la Iglesia, dejándonos solos en pleno festejo? ¿No debería ser interpretado esto como un claro presagio del inminente hundimiento de una barca que está haciendo agua por los cuatro costados?
Quien mira las cosas superficialmente, puede llegar a concluir que así de dramáticas son las cosas. Pero quien mira con ojos de fe, es capaz de ir más allá de las apariencias y de las opiniones infundadas de quienes anuncian el derrumbe definitivo de la Iglesia. Por eso, al despedirse en su última audiencia, Benedicto XVI nos dijo: “No perdamos nunca esta visión de fe, que es la única y verdadera visión del camino de la Iglesia y del mundo. Que en nuestro corazón… esté siempre la alegre certeza de que el Señor está a nuestro lado, no nos abandona, es cercano y nos rodea con su amor” 1.
"Si no conocemos a Dios en Cristo y con Cristo –dijo Benedicto XVI en Aparecida–, toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable”2. Por eso comprendemos que muchos “expertos”, que miran al Papa y a la Iglesia desde una óptica exclusivamente política o económica, no lleguen a comprender lo que son en realidad este ministerio y esta institución. Es cierto que, al estar formada por seres humanos, también en la Iglesia se dan tentaciones de poder y de riqueza, no lo podemos negar. Pero tampoco podemos absolutizar. Quien absolutiza una parte de la realidad, incurre en el error, porque, aunque la parte pertenezca a un todo, esa parte no puede definirse como el todo.
La experiencia de estos días nos ha permitido comprender mejor qué es la Iglesia: “no es una organización ni una asociación de fines religiosos o humanitarios; sino un cuerpo vivo, una comunión de hermanos y hermanas en el Cuerpo de Jesucristo, que nos une a todos” 3.
¿Cómo hablar del declive de la Iglesia, cuando su guía supremo, el Papa, Vicario de Cristo en la tierra, ha demostrado al mundo una calidad moral indiscutible que brota de la certeza de la fe, que le ha dado la fuerza necesaria para reconocer con objetividad y serenidad la realidad de que lo avanzado de su edad y la disminución de sus fuerzas, le impiden seguir guiando a la Iglesia con el vigor que los tiempos actuales lo requieren?
En un mundo en el que muchos se sienten tentados por la ambición de poder, y una vez alcanzado se aferran a él a costa de lo que sea y de quien sea, Joseph Ratzinger da testimonio de Cristo, que nos enseña que el más importante debe ser “el servidor de todos” (Mc 9,35). Ha hecho vida lo que decía san Agustín: “El que es cabeza del pueblo debe… darse cuenta de que es servidor de muchos. Y no se desdeñe de serlo… porque el Señor de los señores no se desdeñó de hacerse nuestro siervo” 4.
Con esta convicción, Benedicto XVI ha renunciado, “teniendo siempre primero el bien de la Iglesia y no el de uno mismo… No abandono la cruz –aclaró–, sino que quedo de modo nuevo ante el Señor crucificado. Ya no llevo la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, sino que en el servicio de la oración quedo, por así decirlo, en el recinto de San Pedro” 5.
Más allá de las emociones cambiantes y de las ideologías reduccionistas, miremos las cosas como son: la experiencia que hemos vivido en estos días con la renuncia de Benedicto XVI a la autoridad sobre la Iglesia, motivada por el amor, y su disposición a una nueva forma de servicio, confirma una vez más la firmeza y la calidad moral de la Iglesia fundada y guiada por Cristo, que ha prometido que, “las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella (Mt 16,18).
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla
Secretario General de la CEM
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