domingo, 16 de junio de 2013

OBSERVADOR ECLESIAL 16-06-2013

XI DOMINGO C
EL TRIUNFO DEL AMOR MISERICORDIOSO SOBRE EL PECADO

Mons. Fabio Martínez Castilla
II Arzobispo de Tuxtla Gutierrez

Tanto el Evangelio como la primera lectura nos presentan  por una parte la realidad del pecado, y por otra parte el amor misericordioso del Señor que salva a quien reconoce su pecado y se muestra arrepentido.
El Señor Jesús nos deja muy claro que Él ha venido a salvar y no a condenar, y que la salvación es cuestión de un permanente volver al camino del amor. Jesús nos libera del pecado. El pecado es una realidad muy presente en nuestra vida y daña a la persona y a la comunidad, nos aparta de Dios y de nuestro fin que es ser felices aquí y en la eternidad.
Dios es mucho mayor que nuestro pecado por más grande que fuere, Él nos libera y nos vuelve a la vida con su amor misericordioso cuando a Él nos acercamos con un corazón arrepentido. No debemos vivir sólo evitando el pecado sino amando. La caída o pecado debe ser un accidente que nos debe levantar aún más confiados de la mano de Dios para hacer un nuevo camino.
Esta pecadora aprovechó la presencia de Jesús, amó y tuvo fe, se mostró arrepentida, y Jesús la llenó de paz: “Tu fe te ha salvado; vete en paz”. Nadie es perdonado si no reconoce su pecado y si no camina al encuentro del Libertador.
El fariseo invitó a Jesús pero no aprovechó su presencia y hasta se extrañó de la actitud bondadosa de Jesús con aquella mujer, pero Jesús lo llama también a la conversión haciéndolo reflexionar por medio de una parábola y de la aplicación entre su actitud y la de la mujer pecadora para proclamar la gran verdad: Sus pecados  que son muchos, le han quedado perdonados,  porque ha amado mucho.
David y la mujer pecadora encontraron buen fin gracias a la misericordia de Dios y al arrepentimiento de todo corazón por parte de los dos.
Esta actitud de Jesús en el evangelio nos llena de esperanza porque tenemos la certeza del triunfo de la misericordia del Señor sobre nuestro pecado, pero también  cuestiona nuestra actitud de falta de arrepentimiento y de humildad para acercarnos a Jesús y pedirle perdón, y así alcanzar su misericordia.
Seamos prácticos y veamos cómo está nuestro ejercicio de acudir al sacramento de la reconciliación o confesión para encontrarnos no con el sacerdote sino con el Señor misericordioso que nos perdona y nos vuelve a la vida por medio de la persona del sacerdote. El Señor conociendo nuestra debilidad nos dejó este espacio del sacramento de la reconciliación para encontrarnos con él y retomar el camino del amor, la armonía, la paz y de la felicidad personal y comunitaria.
Dios quiere que no sólo con Él nos reconciliemos sino también con nuestros hermanos, por esto saber pedir perdón y perdonar, es la expresión de nuestra madurez en el amor y de nuestra gratitud a Dios que tanto nos ha perdonado. No olvidemos que el perdón es una de las cosas que nos hace más semejantes a Dios. “Sean misericordiosos como su Padre es Misericordioso”.

Mis hermanos que no nos guste vivir en pecado, que nadie de nosotros se quede en el charco de sus pecados sino  por el contrario acerquémonos a Jesús que es la fuente y con toda confianza  vivamos la experiencia de su abrazo que nos da la paz y nos lanza a una vida totalmente nueva. Que no seamos como el  fariseo creyéndonos los buenos y los otros son los malos. No condenemos a nadie. Gocemos la misericordia del Señor y seamos misericordiosos con nuestros hermanos.   Seamos valientes y reconozcamos nuestros pecados, el Señor Jesús está pronto para levantarnos. Con Humildad y confianza, digamos con el salmo: Perdona, Señor, Nuestros pecados.

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