lunes, 11 de marzo de 2013

DIOS ES NUESTRO PADRE (Observador Eclesial)





Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’…” (Lc 15, 1-3. 11-32)

Mons. Rogelio Cabrera López

Este cuarto domingo de cuaresma, el evangelio nos invita a reflexionar sobre la parábola que tradicionalmente la hemos conocido como la del hijo pródigo pero que más bien es la del Padre bueno, como el mismo Papa Benedicto nos dice en su libro Jesús de Nazaret: Esta parábola de Jesús, quizá la más bella, se conoce también como la parábola del Hijo pródigo. En ella, la figura del hijo pródigo está tan admirablemente descrita, y su desenlace –en lo bueno y en lo malo- nos toca de manera el corazón que aparece sin duda como el verdadero centro de la narración. Pero la parábola tiene en realidad tres protagonistas (El hijo pródigo, el hijo que se quedó en casa y el padre bueno).

Esta parábola refleja el drama de la vida actual. Somos testigos de muchos hijos pródigos que deciden irse de la casa del Padre y hacer de la vida un desorden, hijos que piensan que lejos de los principios morales serán más felices, hijos que abusando de la libertad que el Padre les ha dado se olvidan que existen los demás, cayendo en un egoísmo desenfrenado.

También existen hijos que se quedan en la casa del Padre pero que viven amargados sin entender el verdadero sentido de la vida, hijos que se sienten prepotentes y orgullosos, creyéndose los buenos y muy seguros de sí mismos, cerrándose a la verdadera experiencia del perdón, del amor, de la comprensión y de la misericordia.
Al mismo tiempo somos testigos de la presencia de un Padre lleno de amor que se compadece de la situación de sus hijos y que siempre está con los brazos abiertos para recibirnos y demostrarnos su amor y su ternura. Un Padre que no se mantiene a distancia de los pecadores sino que los acoge y les abre gratuitamente un horizonte lleno de vida y de esperanza.

Lo cierto es que al decidir alejarnos de la casa del Padre debemos asumir responsablemente las consecuencias de esa decisión, es decir debemos aceptar lo que nosotros mismos con nuestras acciones hemos cosechado. Ahora bien, debemos considerar que lo más importante en esta parábola es llegar a la conciencia de que tenemos un Padre que nos espera con los brazos abiertos y eso nos debe motivar a hacer un alto en nuestra vida y revisar nuestra conducta frente a Él. Si nos damos cuenta de que hemos fallado debemos, con humildad y sencillez, tomar la firme determinación de volver a la casa del Padre para experimentar su amor y su ternura. Sabiendo que la verdadera felicidad se encuentra en vivir conforme a sus mandatos.

En la parábola no fueron las palabras del hijo pródigo las que conmovieron las entrañas del Padre sino su infinito amor el que lo conduce a abrazar y llenar de besos a su hijo. Eso nos debe llenar de alegría al saber que este tiempo de cuaresma es un tiempo para experimentar el gozo de sentirnos amados por el Padre.

También vemos a un Padre que así como no obligó al menor a no marcharse de casa, tampoco obliga al mayor a entrar y participar de la fiesta; de igual forma así como recibió al menor cuando llegó, igualmente salió a rogarle al mayor para que entrara, con esto nos manifiesta que el Padre ama a todos sus hijos por igual y siempre respeta la libertad de cada uno.

Si nos hemos alejado de la casa del Padre o hemos sido hijos mayores que nos alejamos de Dios y rechazamos al hermano sintiéndonos mejores, es tiempo de volver arrepentidos a Él con la plena confianza de obtener su misericordia.

La cuaresma es un tiempo para experimentar el gozo de saber que somos hijos de un Padre amoroso, volvamos, porque hay un Padre bueno que sale todas las tardes a ver en el camino, si su amado hijo ha tomado el camino de conversión a la casa paterna.

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